Las heridas profundas de la dignidad
Nuestro colaborador Miguel Ruiz escribe unas palabras a raíz del suicidio de Alicia en Chamberí cuando iba a ser desahuciada.
Nuestro colaborador Miguel Ruiz escribe unas palabras a raíz del suicidio de Alicia en Chamberí cuando iba a ser desahuciada:
Los derechos humanos son las paredes y los techos donde las sociedades modernas decidieron cultivar la dignidad humana a resguardo del poder, puesto que entendieron que sin el debido respeto a los derechos del individuo se ataca a la propia condición humana. Muchas veces se ha argumentado que las declaraciones de derechos son pomposos ejercicios literarios que carecen de realidad “porque ninguna definición aceptable de ser humano puede darse en presente” (Los sueños de la razón, José Antonio Marina), porque la utopía y los sueños de la revolución - libertad, igualdad y fraternidad- están siempre por conquistar. Así, ahora mismo no somos ni racionales, ni libres, ni iguales, ni dignos. Tan solo sobre el papel, quizás solo en potencia, en un futuro lejano, quizás cuando no seamos más que polvo.
Contra dichos argumentos es difícil luchar. Salta a la vista que no somos iguales. Tampoco somos libres –obedecerte a ti mismo no difiere en esencia de obedecer a un extraño- y la historia nos enseña que las emociones acaban por desbaratar todas las razones. Sin embargo, creo profundamente que todos nacemos con dignidad y, cuando la perdemos, lo sentimos como si fuera el desprendimiento de un glaciar, la amputación del alma o un dolor profundo allá adentro, en las entrañas.
Es complicado convencer a nadie acerca de esa visión ontológica de los derechos humanos, puesto que es como decir que los derechos naturales se encuentran más allá de nuestra capacidad para percibir su existencia. Y que pueda existir algo más allá de nosotros es impensable en nuestras sociedades modernas. Sin embargo, basta con pensar en Jordi, de Cornellá, quien tras verse sin paredes ni techo donde resguardarse, se lanzó al vacío desde un décimo piso. Ayer, en Chamberí, Alicia también decidió hacer lo mismo desde un quinto cuando vio que la comitiva judicial se acercaba con la orden de desahuciarla.
Si cada una de las personas desahuciadas hubieran decidido saltar al vacío, si no existieran familiares que sostienen, movimientos y redes vecinales que cuidan y empoderan, si las almas no pudieran continuar andando a pesar de las heridas, desde 2008 hasta hoy tendríamos, como mínimo, 585.047 suicidios (Els desnonaments del 2008-2017, Observatorio DESC).
Tanto Jordi como Alicia prefirieron morir antes que perder su dignidad. Aunque quizás sea más preciso decir que saltaron ante el dolor de perderla. Ambos, como tantos otros antes, son el vivo ejemplo de las heridas profundas que supone desahuciar a familias de sus casas, porque las paredes y los techos guardan en lo más íntimo la dignidad, condición básica de la humanidad. Por ello, cada vez que las comitivas judiciales desahucian a una familia, atacan nuestra dignidad colectiva y ponen en duda la humanidad de nuestra sociedad.